Nace a partir de una reinterpretación de la obra del artista Jean-Auguste-Dominique Ingres, titulada: La bañista de Valpinçon. En esa búsqueda constante y continua de un lenguaje propio de Alejandro Cifuentes, llena esta obra de símbolos, signos y misticismo. Es un autorretrato donde el cuerpo mismo se vuelve montaña, se transforma en paisaje, hay esta lucha y fuerza interminable entre el interior y el exterior, el cual se evidencia en toda la pintura, El agua simboliza fundamentalmente la vida. En la mayoría de los mitos de la creación del mundo, el agua representa la fuente de vida y de energía divina de la fecundidad de la tierra y de los seres vivos. Las grandes religiones y caminos espirituales expresan su encanto por las aguas a través de los ritos cósmicos, de iniciación y de purificación. En las grandes culturas el agua tiene diversos significados. Para los egipcios el agua está estrechamente ligada a la idea de la reanimación. Para los griegos, el agua tiene el doble significado de vida y muerte. Pueblos asiáticos y africanos la tienen como parte de las divinidades; las fuentes son sagradas o veneradas y se usan como elemento purificador, es oscura, sucia, agitada por qué viene de un pasado y presente que quiere sanar y renacer. El paisaje, al igual que las ramas que hacen parte del árbol de la vida, simbolizan. Lo que para algunos ya representan el ciclo de la vida, para otros es el origen del todo, también puede ser visto como un símbolo de amor, esperanza y sabiduría, mientras que en otra cultura es visto como la unión o conexión con el ser humano, con el entorno, con la naturaleza e incluso sus antepasados. Es aquí cuando se conjuga y surgen los 4 elementos naturales; fuego, aire, tierra y agua. Es una pintura que refleja ensayo y error como la vida misma. Lo sutilmente terminado y lo meramente esbozado.